11-01-2016, 08:59 AM
ANLIUM, pero como todo el mundo sabe, ayer volví de Bilbao (épica ciudad) hasta San Roque (sip, doce horas y media de trayecto, once de las cuales en coche).
Cuando me despedí de los señores molones Asier y Arthas, me fuí hasta la estación de autobuses de Bilbao, llamada Termibus, a recoger a mis clientes de Blablacar. Al llegar pues resultó que mis pasajeros estaba todos allí pero un poco como las bolas de Dragon. De hecho, el último de ellos, lo tuve que recoger casi en marcha porque no sabía que existía. Sip. Había quedado con tres señores y yo creía que eran dos.
El primer señor: un moro. Parecía bastante calado y tal. No soy racista, así que me dió un poco igual.
El segundo señor: un australiano. Bastante alto y parecía una persona que sabía de mundo. Lo recogí con ilusión creyendolo un buen conversador pars mi viaje.
El tercer señor: un madrileño. Al parecer cuando fue a Bilbao, casualmente coincidió con el australiano. Me alegré mucho, ya que si no hablaban conmigo, por lo menos hablarían entre ellos y me mantendrían despierto
Una. Puta. Mierda.
El madrileño en cuanto intercambiamos dos palabras presentándonos y tal, habló como 10 minutos con el australiano y se quedó dormido. El australiano sacó un paquete de galletas de estas que tienen muchos frutos secos. Se las espetó (nos ofreció antes) dejándome el asiento echo un puto asco. Luego se quedó dormido. El moro, el mejor de todos, había insistido en sentarse delante. No paraba de tirarse putos pedos el cabrón, no hablaba un mierdo y en cuanto veíamos policía se ponía visiblemente nervioso... y luego se peía. Me traían asfixiado mientras los de atrás roncaban tranquiamente. Sospeché que era una mula. Lo único que dijo durante todo el viaje fue "ya estamos llegando a Madrid".
Los tenía que dejar a los tres en Madrid, pero como me estaba quedando puto dormido la volante con estos tres, porque a parte no podía poner música por los bellos durmientes, cogí a cosa hecha la autopista a sabiendas de que me iba a costar entre 20 y 30 euros (miré todas las carreteras y los costes de peaje antes de salir). Efectivamente me saió por 20,80 euros el peaje, pero el quitarme una hora y media de viaje con el mounstro de las galletas, el bello durmiente y la versión mora de koffing no tenía precio.
Cuando llevo a alguien en Blablacar suelo dejarlo en los puntos que me piden, pero esta vez dije "a tomar por culo, los dejo a todos en Atocha". De camino, el australiano me pidió bajarse antes por ser su casa ya. Les pedí los códigos de Blablacar y cuando llegué a Atocha solté a los otros dos. El moro salió de allí tan rápido que ni siquiera me cerró la puerta del maletero al coger sus cosas. Se esfumó. Tuve que bajarme y cerrarla yo. Por suerte, el madrileño me guió hasta atocha.
Me han venido bien para sacarme un dinerillo, pero no veas qué mal rato de viaje.
Cuando me despedí de los señores molones Asier y Arthas, me fuí hasta la estación de autobuses de Bilbao, llamada Termibus, a recoger a mis clientes de Blablacar. Al llegar pues resultó que mis pasajeros estaba todos allí pero un poco como las bolas de Dragon. De hecho, el último de ellos, lo tuve que recoger casi en marcha porque no sabía que existía. Sip. Había quedado con tres señores y yo creía que eran dos.
El primer señor: un moro. Parecía bastante calado y tal. No soy racista, así que me dió un poco igual.
El segundo señor: un australiano. Bastante alto y parecía una persona que sabía de mundo. Lo recogí con ilusión creyendolo un buen conversador pars mi viaje.
El tercer señor: un madrileño. Al parecer cuando fue a Bilbao, casualmente coincidió con el australiano. Me alegré mucho, ya que si no hablaban conmigo, por lo menos hablarían entre ellos y me mantendrían despierto
Una. Puta. Mierda.
El madrileño en cuanto intercambiamos dos palabras presentándonos y tal, habló como 10 minutos con el australiano y se quedó dormido. El australiano sacó un paquete de galletas de estas que tienen muchos frutos secos. Se las espetó (nos ofreció antes) dejándome el asiento echo un puto asco. Luego se quedó dormido. El moro, el mejor de todos, había insistido en sentarse delante. No paraba de tirarse putos pedos el cabrón, no hablaba un mierdo y en cuanto veíamos policía se ponía visiblemente nervioso... y luego se peía. Me traían asfixiado mientras los de atrás roncaban tranquiamente. Sospeché que era una mula. Lo único que dijo durante todo el viaje fue "ya estamos llegando a Madrid".
Los tenía que dejar a los tres en Madrid, pero como me estaba quedando puto dormido la volante con estos tres, porque a parte no podía poner música por los bellos durmientes, cogí a cosa hecha la autopista a sabiendas de que me iba a costar entre 20 y 30 euros (miré todas las carreteras y los costes de peaje antes de salir). Efectivamente me saió por 20,80 euros el peaje, pero el quitarme una hora y media de viaje con el mounstro de las galletas, el bello durmiente y la versión mora de koffing no tenía precio.
Cuando llevo a alguien en Blablacar suelo dejarlo en los puntos que me piden, pero esta vez dije "a tomar por culo, los dejo a todos en Atocha". De camino, el australiano me pidió bajarse antes por ser su casa ya. Les pedí los códigos de Blablacar y cuando llegué a Atocha solté a los otros dos. El moro salió de allí tan rápido que ni siquiera me cerró la puerta del maletero al coger sus cosas. Se esfumó. Tuve que bajarme y cerrarla yo. Por suerte, el madrileño me guió hasta atocha.
Me han venido bien para sacarme un dinerillo, pero no veas qué mal rato de viaje.